El mejor nacimiento para mi hija


Cuando supe que estaba embarazada mil emociones recorrieron mi cuerpo: alegría, duda, miedo, euforia, ternura… y mil preguntas llenaron mi mente. Una de ellas fue “dónde y cómo parir”. Siempre imaginé un parto respetado donde mi hija y yo estuviésemos en paz y conexión para hacer un buen trabajo en equipo llegado el momento. Durante todo el embarazo me empapé de toda la información posible acerca del proceso fisiológico del parto, visioné partos respetados y leí todo relato de parto positivo que caía en mis manos. A través de la asociación El Parto Es Nuestro (a la que pertenezco desde hace año y medio), recibí toda la sabiduría y experiencia del resto de socias así como información veraz basada en la evidencia científica.

No quería correr riesgos en mi parto. Para mí era importantísimo conocer de antemano al equipo que me iba a asistir y elegir el lugar más respetado y seguro  para el recibimiento de mi hija. Ese lugar era mi casa, nuestro hogar.

Algunas personas a las que les conté que pariría en casa me decían “qué valiente”. No entendía muy bien que ser valiente significa decidir algo por ti misma de una forma consciente e informada, valorando los riesgos y decantándote finalmente por la opción más segura. Hubiera sido mucho más valiente por mi parte, desde mi punto de vista, ponerme en manos de cualquier “ginesaurio” desconocido que bajo un protocolo X de un hospital público o privado quisiera otorgarse todas las medallas al realizar una satisfactoria extracción vaginal, o (inne)cesárea, o parto instrumental con su consiguiente episiotomía.

Con la idea de parir en casa emprendí la búsqueda de un equipo cualificado de matronas que asistieran partos domiciliarios. Y en esa búsqueda topé con Anabel Carabantes. Desde el primer momento supe que sería ella la persona idónea. Tuvimos tiempo de conocernos a fondo durante el embarazo, asistiendo a los utilísimos talleres que imparte en el centro de Madrid junto a su equipo (Paca y Aythami). Creamos lazos y una relación de confianza, para mí fundamentales (estas personas entrarían en mi casa y me acompañarían en el momento más importante de mi vida hasta la fecha).

Y el momento llegó.

Zoe quiso nacer un 6 de abril. Yo llevaba con pródromos desde hacía dos semanas y cuando expulsé el tapón mucoso el día anterior por la tarde, pensé que era otro paso más en el lento ejercicio de preparar el terreno. Pero esa noche, sobre las seis de la madrugada me levanté al baño y vi sangre en mi ropa interior. Llamé a Anabel y me dijo que me relajara, que estaba borrando el cuello del útero y que esto solía ir para largo, que me fuera a dormir y si notaba alguna contracción fuerte la volviera a llamar. Así hice, y a pesar de despertarme el dolor de alguna contracción, no la consideré tan fuerte como para molestar a mi comadrona.

Entonces a las ocho de la mañana algo me despertó. Noté un leve chasquido dentro de mí que me hizo romper aguas. Ahí pensé “qué guay”. Fui al baño y vi que tenía empapado todo el pantalón del pijama. Así que llamé a Anabel: “creo que he roto aguas”, “pues enhorabuena, estás de parto. En media hora estoy allí”. Miré a mi chico y sonriendo le dije “estoy de parto”. A continuación mandé un whats app a mi hermana con el mismo mensaje que tardé como cinco minutos o más en escribir.

Yo estaba muy consciente, de hecho empecé a pensar en todo lo que había preparado: la música, las piedras, la bañera, el vestido con el que quería parir… pensé “voy a ponerme las lentillas” y aunque lo intenté no pude, porque en cuanto venía la contracción solo podía centrarme en respirarla, no existía nada más en el mundo que esa sensación de apertura. Mi chico utilizó la adrenalina que le corría por las venas para recoger y limpiar un poco la casa antes de la llegada de Anabel, algo que agradecí enormemente porque me dejó espacio para estar conmigo misma y conectar con Zoe.

Entonces me dí cuenta de que la cosa marchaba, las contracciones cada vez eran más seguidas y efectivas. Yo visualizaba el camino que iba haciendo mi hija dentro de mi, mientras paseaba por casa y me agachaba de cuclillas agarrada a cada radiador de pared, mesa, sofá, pelota… cuando me invadía la contracción. Aún así, era muy llevadero y completamente soportable. Sí es verdad que cada contracción me dejaba más cansada que la anterior, incluso recuerdo alguna que me hizo temblar las piernas.

En algún momento, entre contracción y contracción, pensé “me quiero dormir. Tengo que tumbarme” y así lo hice, me fui a la habitación y me tumbé de lado en la cama. Cuando venía la contracción me tiraba al suelo como podía para colocarme de cuclillas agarrada a la mesita de noche y así respirar mejor cada ola de dolor. En una de esas apareció mi comadrona querida. Al verme subir y bajar de la cama me aconsejó ponerme a cuatro patas o apoyarme sobre unos cojines en la cama, pero a mí me daba una pereza tremenda cambiar de postura. Yo quería datos y le dije “quiero saber de cuanto estoy, Anabel”. Me hizo un tacto aprovechando un descanso pero aguantó durante la contracción (cosa que me dejó baldada de dolor), me pidió perdón y me dijo “perdona, pero quería asegurarme. No te lo vas a creer: ¡estás de ocho tía!”. En ese momento olvidé todo el cansancio y la adrenalina se apoderó de mí. Tenía unas ganas tremendas de empujar. Mi chico y Anabel empezaron a colocar los plásticos de pintor y los protectores sobre la cama, haciéndome rodar de un lado para otro entre contracciones. La cosa iba muy muy rápida.  

La fuerza que sentí con cada pujo es algo indescriptible. Mi cuerpo iba solo, yo únicamente focalizaba la energía hacia abajo y de mi boca salían sonidos que desconocía hasta ahora. Pensé en fuerzas de la naturaleza como terremotos, tsunamis, volcanes, tornados… todo aquello rugía en mi interior y hacía que mi hija y yo nos separáramos violentamente. Recuerdo que incluso en algún momento grité "me voy a morir", porque en parte parir resulta tan desconocido y brutal como la muerte. En contraposición, entre cada contracción sentía un placer inmenso. El cóctel de oxitocina y endorfinas hacía su trabajo y me mantenía en un estado entre consciente e inconsciente que no había experimentado jamás.

Fueron cinco pujos: dos preparatorios, donde poco a poco fueron asomando las melenas rojas de mi pequeña. El tercero hizo que Zoe sacara su cabeza, dejando todavía su cuerpecito mojado dentro de mí. En el cuarto pujo dudé si había tenido una niña o un pez porque su cuerpo resbaló como una colita de pescado y me hizo muchas cosquillas. Nadie tiró de ella, nadie le ayudó a salir. Quedó tendida sobre la cama y empezó a respirar como si lo hubiera hecho nueve meses atrás. No lloró nada.

Yo no podía ni incorporarme, solo decía “mi niña, mi niña”, así que Anabel la cogió en brazos y me la dio todavía desnuda y llenita de vérnix caseosa. La sostuve en mi regazo, piel con piel y abrió los ojos. Esa mirada la tengo grabada a fuego en mi mente. No la olvidaré jamás.

El quinto pujo fue el alumbramiento de la placenta, que salió toda gordita y bien sana.

Fue un parto que duró dos horas y media desde que rompí la bolsa. Sin drogas, sin intervenciones médicas, donde mi periné quedó intacto tras el parto. Con asistencia profesional, acompañada de quien quise y arropada por quien amo. En mi hogar.

Mi hija nació con dignidad, como se merecen todos los niños del mundo; y yo fui tratada con enorme respeto en mi parto, como merece cualquier mujer.

Siempre imaginé que sería un parto de noche, con música, muy tranquilo, quizás en la bañera… Y sin embargo fue a la luz del día, fugaz y brutal. Y es que mi hija tuvo el mejor nacimiento. Tan bueno que, claro, era difícil de imaginar. 

Comentarios

  1. que hermoso! felicidades! saludos desde México!

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    1. Muchas gracias, Monse. Un saludo de vuelta para Mexico

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  2. Me has emocionado! Felicidades por tu maravilloso parto :) Un abrazo!

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  3. Me has hecho llorar de emoción!
    Felicidades!

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  4. Que envidia!!! Me robaron mis partos por confianza en ginecólogos de clinicas privadas que ahora se que sólo se aprovechan de nuestro desconocimiento y nos llenan la cabeza de qué es más seguro para nosotros y nuestros bebés cuando en realidad lo que quieren es ganar más dinero por una cesárea o evitarse horas de espera en la clínica mientras el parto avanza... Dos cesáreas innecesarias que me dieron a mis dos tesoros pero que me robaron mi ilusión y lo que, para mi, es un lujazo del que sólo podemos disfrutar las mujeres : parir a nuestros bebes sintiendo cada segundo de este milagro.
    Me ha encantado leer tu experiencia y cómo lo has plasmado. Gracias!

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    1. Mucho ánimo, Ana Cristina. Tomar conciencia de una mala praxis es el primer paso en la lucha por un parto respetado. Lamento mucho tus experiencias. Un fuerte abrazo!

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  5. Ufffff, qué maravilla :-)
    ENHORABUENA Y GRACIAS POR COMPARTIRLO!

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    1. Para mí es un placer compartir con los demás mi felicidad. :)

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  6. Precioso! Me has recordado mi parto, esas mujeres poderosas!

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    1. En los momentos bajos (que todas tenemos a veces), recordar nuestros partos nos ayuda a ver la poderosa mujer que llevamos dentro. ;)

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  7. Ohhhhh qué maravilla! Cómo me alegro de que fuera tan fantástico. Sin duda la mejor manera de llegar al mundo y de empezar este camino.
    Un fuerte abrazo

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    1. Gracias Silvia, la verdad es que fue maravilloso.
      Otro abrazo de vuelta!

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  8. Que maravilloso relato de parto. Un parto exprés. Yo también me imagino un parto como el que tu te imaginabas, de noche, en la piscina de partos, con musiquita...Acabo de conocer tu blog pero con tu permiso me quedo por aquí. Un beso

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    1. Por supuesto, adormir, puedes pasearte por el blog todo lo que quieras. Espero que te guste.
      Por cierto, dices que te imaginas un parto... ¿Estás embarazada? Si es así: Enhorabuena!

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